SIERRA DE SAN CRISTÓBAL, EL PUERTO DE SANTA MARÍA, CÁDIZ.
     
 

COMIENZA EL RECORRIDO DESDE LA SIERRA DE SAN CRISTÓBAL.


Diego Ruiz Mata / 5 de mayo 2019

Esta mañana me he levantado temprano, cuando el sol se despereza lento con sus dedos de fuego y la oscuridad va presentando las formas de tu entorno, el patio con flores, las calles en silencio y con poca gente, los árboles enhiestos vestidos de verde, a lo lejos las montañas que aparecen, y el mar vistiéndose con sus colores más azules que ha dormido fundido con el cielo.

Y cuando la luz se ha apoderado del paisaje, lo ha vestido de belleza con sus formas y colores, y a lo lejos la vista se recrea en la Bahía, pequeña y tranquila, en la campiña silenciosa y en las siluetas de las alturas lejanas, que nos llaman al misterio, unos amigos y yo estamos apostados muy atentos en la zona más alta de la Sierra de San Cristóbal. Porque desde aquí quiero que comencemos el viaje a la historia, a los antiguos paisajes muertos y revivirlos, resucitarlos ante nuestros ojos actuales.

Nos hallamos en el punto donde se ha de pronunciar la primera palabra de bienvenida y saludo a la Historia, a conocer el medio donde se ha pergeñado el proyecto de la resurrección, porque no es otra cosa lo que pretendemos, insuflar vida en los pulmones y en el corazón de la Historia y hablar con ella e íntimo diálogo. Es lo que pretendo, dialogar, hablar y preguntar sobre los más íntimos secretos que han estado dormidos durante siglos.


Y comenzamos. Indicaré con mis palabras, mis manos, mis dedos, y mis ojos radiantes, los puntos esenciales de la narración de una historia que ha vivido oculta y muda muchos siglos, que ha perdido su nombre, pero no su esencia, conservada en los restos arqueológicos. Pero de modo escueto. No quiero cansar con las palabras. Sólo quiero indicar los caminos de cómo el tiempo, que no habla ni suspira pero actúa, transforma la Historia, y de cómo se recupera con el trabajo, el esfuerzo, la curiosidad, el interés y el corazón apasionado. Sí, con el corazón, porque el conocimiento es mucho más que saber cosas, es amarlas.


El día es azul, con escasas nubes que caminan lentas, y un vientecillo de poniente esclarece el paisaje. Es lo primero que hay que ver, analizar, tener siempre presente. El paisaje que vemos difiere del que se va a explicar.

En primer lugar, la Bahía se ampliaba hasta los pies de la Sierra de San Cristóbal, donde se fundó el Castillo de D. Blanca, hacia el 800 a.C., que mostraba excelentes condiciones; sierra, puerto, agua, piedra, árboles y gente. Así hay que verla, amplia y hasta la Sierra.

 

Hoy, la playa esta en un lugar que antes fue mar, Valdelagrana. Al fondo, dos islas pequeñas, Eritia y Cotinusa, más grande y alargada que conducía a otro islote, Sancti Petri, la residencia del dios tirio Melqart fenicio. Heracles griego después y Hércules romano.

Y en este ámbito, otra isla, la de León o San Fernando. Y un conjunto de islotes pequeños seguramente no habitados. Todo hay que explicarlo. Es lo primero que se debe hacer. Y desde el Mirador de la Bahía, del que ya tengo un esquema, una idea de cómo debe ser, como punto simbólico y de visión hacia el mar, esa mancha azul que siempre espera, atrae y enamora, a la campiña plena de vida, hacia la lejana sierra y hacia el estuario del rio Guadalquivir que te introduce al interior de un mundo muy rico tartésico, que no se ve, pero se presiente su amplio estuario.

El tiempo ha corrido como el aire de levante, ligero, mirando e imaginando el pasado y el presente. Además de ver desde aquí todos los lugares históricos y arqueológicos. Lo que casi nunca sucede. Aquí tenemos la antepuerta de la Historia, la explicación perfecta del paisaje. Y apercibimos con mucha claridad los elementos que se visitarán en días siguientes. Mirador y símbolo son los objetivos.

 


Aún o se ha hablado de las primeras ocupaciones de la Sierra de San Cristóbal. En verdad, en una pequeña elevación, modesta y coqueta, apenas de 100 m de altura, pero grandiosa en la Bahía, punto fijo para el navegante y zona sagrada para el habitante de este paraje. Hasta tal punto que unos altares tallados en la piedra, llamados de cazoletas, porque a eso se asemejan,  debió servir para rituales, quizás en relación al sol naciente hacia la Bahía.

 

Y una estela-menhir, con símbolos extraños y puntos de cielo estrellado, debió alzarse en la sierra en un lugar destruido por las canteras, constituyendo un lugar simbólico religioso. Pero no lo olvidemos, su comienzo debió ser religioso, en el sentido de que el hombre situó allí por su situación y altura en la Bahía una zona sacra al aire libre, quizás con árboles.

Como es natural, allí debieron construirse algunas viviendas de esa época, que se puede fijar hacia el 3000 a.C. Un poblado de la época, La Dehesa, se extendía a sus pies, cerca de la ciudad fenicia.

Allí se han excavado viviendas que vamos a reconstruir. Ha de compararse la cabaña con la casa, la sociedad tribal a la estatal, la vida urbana.


Esta cima de la sierra, alargada y amplia, de más de 10 Ha, - reducida ahora por la cantera - estuvo siempre ocupada. Y vamos a resucitar su importancia.Hay muchas ideas pensadas.

Aquí vivieron más tarde los que vieron con sorpresa a los primeros barcos fenicios acercarse a la sierra y construir sus primeras viviendas y muralla. Y con ellos se relacionaron, convivieron y se enterraron.

Y siglos después, en época de guerra mundial, conocida como la Guerra Púnica, en el siglo III a. de C., se amplió por esta zona la ciudad del Castillo de Doña Blanca, quizás como una zona industrial de gran importancia.

Tuve la suerte de excavar la bodega completa más antigua del mundo conocida. Hoy no puedo explicarla. Más adelante me detendré en ella. Ha sido tanta y tan importante la Historia que hay que ir paso a paso. Lento.

Y aquí me quedo, dejando una foto de uno de sus lagares. En otra ocasión la dedicaré, a sus 2000 metros cuadros, a sus almacenes, lagares, patios, prensas y templos, más espacio, más texto y figuras.

No nos hemos movido del Mirador de la Bahía prácticamente. He mirado el reloj y ha transcurrido la mañana. Tengo la sensación de que apenas he dicho algo. Quizás sea así. Miro a mis amigos y continúan atentos, con los ojos deslumbrados y pensando. De eso se trata, de ver, conocer, pensar, reflexionar, sin mirar la hora. Y al final de la jornada, considerar que se ha recuperado un tiempo.

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