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Va a comenzar una nueva campaña de excavación ...


Diego Ruiz Mata /Catedrático de Prehistoria y Presidente de FEFeMe


" La mer, la mer, toujours recommencée"

(Paul Valery, Le cimitiére marin, 1920)


Se filtra un sol de fines de abril por la ventana de mi despacho, la temperatura es de casi 20 grados y me siento bien, con ganas de trabajar, de conversar y de vivir. Y me deshago de las confortables ropas de invierno que me alivian del frío, pero ahora me atosigan. Se percibe la primavera soleada, la época en la que comienza el año para el arqueólogo y no el día uno de enero como figura oficialmente en el calendario. Hay muchos comienzos de año según lo que hacemos, o según en lo que creemos, o según nuestro estado de ánimo. Muchos enamorados comienzan el suyo en el día que se conocieron. Y los arqueólogos fijamos nuestro propio tiempo entre los meses de marzo y abril. En estos días estamos enfrascados resolviendo, o ultimando, los fastidiosos y numerosos papeles administrativos que nos permita comenzar las tareas arqueológicas de verano. Falta muy poco, apenas dos meses, para volver a los poblados o necrópolis que investigamos, y que dejamos solitarios y en reposo durante un largo tiempo. Mientras tanto, contamos los días, como hacen los niños pequeños cuando esperan ansiosos los regalos de Navidad. Tacho un día en el calendario, que para mí significa recomenzar pronto, como las olas tranquilas mediterráneas del poeta, en el Castillo de Doña Blanca (CDB), del que no puedo ni quiero desprenderme y al que siempre regreso curioso y expectante.

Pero antes hay que disponer de un buen equipo e ilusionarlo. Convoco a los que trabajan habitualmente conmigo y a los nuevos alumnos que he elegido o me han elegido durante el curso, ansiosos por iniciar sus primeros pasos por el pasado de los muros, suelos, estratos y materiales del yacimiento, para fijarles las tareas que van a cumplir con rigor y entusiasmo bajo un sol de más de 40 grados, todos los días, mañana y tarde, incluido el sábado. Pero no importa, la satisfacción  que proporciona la curiosidad por el hallazgo  hace que se olviden  el calor y el cansancio. No es el trabajo al que fuimos condenados  por siempre tras el pecado original, es el del placer de la resurrección y de la imaginación, del descubrimiento inesperado, además de una experiencia única en  una tarea muy peculiar y colectiva. Pero antes  les informo de la vida y de la historia de este magnífico y hablador lugar fenicio, que ya ocupa un lugar importante.

Más o menos es esto lo que les digo de la historia que nos narra el yacimiento. De su emplazamiento les he hablado en otra ocasión. Ahora les comento que la primera ocupación sucedió durante la Edad del Cobre, en el milenio tercero a.C., en  La Dehesa y debajo de los estratos semitas del CDB, sobre la roca desnuda.  Se han hallado aquí cimientos de cabañas circulares, con zócalos de mampostería y paredes de barro y paja, junto a trozos de vasos esparcidos. Un pequeño espacio, de 12 a 16 m cuadrados, para dormir y refugio de la lluvia y la tormenta. La vida se desarrollaba fuera, al aire libre. Y un lugar sagrado y ritual se enclava en el punto más alto de la Sierra de San Cristóbal, consistente en un altar amplio de pequeñas cazoletas al que se accede mediante unos pocos escalones. Es probablemente una mesa para sacrificios orientado al sol que nace, mostrando su cara redonda descarada y enrojecida.

Más tarde, a mediados del segundo milenio, el lugar continuó habitado por otras gentes, conocedoras de las artes metalúrgicas. No sabemos nada de sus viviendas, pero sí de sus enterramientos, reflejados en tumbas colectivas de inhumación, en hipogeos excavados en la roca, con pasillo de entrada hacia  una estancia funeraria amplia en la que se depositaron dos decenas de muertos, con sus ajuares cerámicos y metálicos, cuchillos con remaches de plata, pendientes de oro y otras finezas que le acompañaban. A fines de ese milenio, hallamos en la cima de la sierra la ocupación de otra sociedad del Bronce final, de la que conocemos alguna cabaña y restos de su vajilla cerámica. Habitaban este lugar poco antes de la llegada de los primeros fenicios fundadores de la ciudad fortificada del CBD. Y con ellos establecieron sus primeros contactos.


A fines del siglo IX, o en los comienzos VIII a.C., se ocupó el CDB, a los pies de la Sierra de San Cristóbal, junto a una acogedora y recoleta ensenada en  la desembocadura del rio Guadalete, que les servía como puerto o fondeadero. Lugar idóneo para un establecimiento fenicio. En pocos años construyeron sus primeras viviendas de varias habitaciones –de 50 a 60 m2-, con muros de mampostería revestidos de barro, encalados y suelos rojos, y techumbres vegetales o azoteas que descansaban en vigas de madera, hornos de pan ácimo, y calles estrechas que delimitan pequeñas ínsulas, según su costumbre en sus ciudades de origen. Blancas eran sus viviendas, como las de los pueblos  blancos gaditanos. Y para su protección, el poblado se rodeó de una muralla ancha de mampuestos, revestida también de barro, y precedida por un foso muy amplio, de casi 18 metros de ancho y casi 2 de profundo.  Alcanzaba 16 ó 18 m de altura, pantalla imponente para el visitante o el guerrero. Una zona amplia se excavó en un extremo de la ciudad, cercana al puerto. Se han exhumado aquí varios cientos de miles de fragmentos autóctonos y fenicios, que ha proporcionado un elenco muy rico de la vajilla de esta época, junto a numerosas ánforas de diversas procedencias mediterráneas, que sugieren un comercio activo e internacional. Decenas de miles de horas, cientos de días, han empleado estos alumnos y profesores en lavarlas, clasificarlas y dibujarlas. Hay que decirlo. Es un trabajo escondido que no se percibe ni se vocea.


En los últimos años del siglo VIII y durante todo el VII a.C., se advierte una gran actividad en el poblado, al menos con tres fases constructivas en las zonas excavadas, con viviendas bien construidas con muros de zócalos de grandes mampuestos y paredes de piedras más pequeñas o de ladrillos de adobe y tapial, junto un rico repertorio cerámico. Es una época de esplendor económico de la ciudad, en plena época tartésica u orientalizante.


Durante el siglo VI, y desde su mitad, se percibe cierto declive constructivo y menor potencia estratigráfica. Sin embargo, recogemos los primeros restos de intercambio con los griegos orientales. Todo sugiere decadencia, causada por el desplome de la metrópolis de Tiro, y relacionada con una crisis económica y geoestratégica mediterránea y tartésica. Se preludian, a su vez, cambios sustanciales en los lugares fenicios occidentales y el comienzo de una fase que se conoce como turdetana, mientras Cartago surge con ansias de imperio y comienza con éxito imparable su expansión mediterránea y occidental.

Tras ello, el siglo V se anuncia vigoroso, como delatan las nuevas viviendas y la nueva muralla de casernas o casamatas, junto a tipos cerámicos distintivos del momento, del mundo turdetano. Se reanuda el comercio, orientado más hacia el ámbito de los mercados griegos y norteafricanos. Y esta prosperidad renovada también se observa en el siglo IV a.C., en cuyo final se construyó una tercera muralla de casamatas de influjo cartaginés y helenístico, consecuencia de esta época de esplendor económico y comercial. A fines del siglo III a.C., la ciudad se abandonó. Hay quienes culpan de ello a un maremoto, o a la guerra, lo más probable. La guerra, sin dudas. Son claros los signos de violencia, como destrucciones de tramos de la muralla, zonas incendiadas, más de una decena de cadáveres esparcidos en la zona cerca del puerto o tras la muralla, caballos muertos, ánforas que rodaron por las calles, bolas de catapultas dispuestas, y un sinfín de detalles que anuncian la tragedia. Todo sucedió cuando el ejército romano desembarcó en la isla de Cádiz. El caso es que el CDB, aliada fiel de Cartago, fue abatida y abandonada, condenada a la damnatio memoriae, es decir, al olvido absoluto, mientras Cádiz florecía al elegir al bando vencedor, al futuro, a la gloria y a la riqueza. Vidas paralelas durante siglos y rotas en la hora crucial en la que había que escoger entre la antigua Cartago, perdedora, y la joven Roma, vencedora. El CDB prefirió Cartago y Cádiz abrió sus puertas de par en par y con júbilo a Roma. El CDB a partir de aquí terminó su historia. Estaba en juego el dominio del mundo: o Roma o la ancestral y fenicia Cartago. Fue Roma quien gobernó, en los mares y en los continentes. Y creó su imperio.

Después de esta exposición breve, que se alarga con infinitas preguntas sobre el CDB, los nuevos integrantes del equipo quedan impactados, sorprendidos y deseosos de que comiencen las excavaciones a primeros de julio y entrar en acción con los restos arqueológicos que nos aguardan a más de 600 km. No importa el calor ni las muchas horas de trabajo. La curiosidad lo supera todo. Sin curiosidad no hay vida, no hay nada, sólo el discurrir de un tiempo absurdo. Apelo a la curiosidad que se esfuma, a mantenerla siempre viva, a escudriñar los recovecos más recónditos, a que nadie piense  por nosotros. A vivir, simplemente, a ser libres, a gozar cada instante curioseando. A esto les incito.



En recuerdo de Paloma Cabrera Bonet, una de mis primeras alumnas, y muy brillante, que tuve en mis años iniciales de profesor en la Universidad Autónoma de Madrid, cuando se disfrutaban las clases, no se miraba el reloj, se hablaba, se discutía, se encendían las razones, a veces sin resultados, pero era igual, pero siempre con la curiosidad despierta y la ilusión siempre prendida en la vida. Eran los tiempos felices en los que en un día de fines de mayo de 1978 una pregunta que no demandaba una respuesta conocimos la existencia de la ciudad fenicia del Castillo de Doña Blanca. Paloma estuvo con nosotros en la primera campaña de 1979 y en la de 1981 y en otras más tarde, maravillados por los hallazgos. Eran los tiempos de una universidad curiosa, nuestra casa de la convivencia, del despertar de las continúas preguntas y del conocimiento que no nos ha abandonado. Eran los tiempos finales de una época que ya no regresará. En esos años conocí a Paloma Cabrera Bonet, comenzó una amistad, intereses comunes de investigación, que ha perdurado en el tiempo. A Paloma, a esos tiempos y a esa universidad joven, llena de vida, dedico este pequeño artículo que habla de cómo se prepara una investigación en el campo y antes en las aulas de las clases.

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